jueves, 24 de octubre de 2013

“El mochito de mi macondo”


María Teresa Gutiérrez C.
A Jorge, viendo que no te vas a morir sin antes vernos reflejados aquí.
En mi infancia pensaba que Jorge “El mocho” Londoño era el loco que me iba a llevar como no me tomara las sopas. A diario, desde el balcón de mi antigua casa en la calle 10, lo veía pasar por las tardes; siempre con alguna madera en su mano derecha y en la otra nunca llevo nada, su hombro era el que sostenía la pesada carga de sus materiales de ebanistería que llevaba en un viejo bolso de cuero.
Me escondía siempre que lo veía, porque siempre alzaba su mano sin dedos para saludar, mis padres le contestaban el saludo, típico grito andariego con que suelen saludar en los pueblos. A los pocos minutos Jorge, volvía a pasar ya sin nada a cuestas y entraba a la casa del señor Arnulfo Camargo, diagonal a mi perspectiva. Esa era la rutina que le conocía a Jorge Londoño en mis primeros años de entendimiento.
Cuando me cruzaban a la casa de mi tía Elvia, esposa de mi tío Arnulfo para que jugara con los hijos del doctor Nacho, compartía la mesa en ocasiones con Jorge, que siempre jugaba con los niños de la casa; quienes asombrados nos acercábamos a él, pidiendo muestras de su mano izquierda. Era impresionante ver a alguien sin dedos; eso nos llenaba de preguntas, las cuales Jorge respondía con simpatía.
La seño Soco salía de la cocina, diciendo: -Aquel que no se coma todo, Jorge se lo lleva enmuñecao’. Con prisa y al tiempo nos comíamos todo sin dejar un rastro de comida en el plato. Mientras huíamos despavoridos, con la idea de ser llevados por Jorge “El mochito”. Decir que no nos burlamos, sería la más grande falacia; sin embargo, este personaje en su más integra humildad, nunca dejo de sonreír y coger las chanzas que hacíamos de la mejor manera.
Yo fui creciendo, y al tiempo, los pasos de Jorge se fueron tornando lentos. No lo veía pasar ya, lo veía llegar a la que siempre he conocido como su casa. Un viejo cuartico de tres por cuatro, ubicado en el callejón de la 13, construido en el patio de lo que era la casa de la señora María Iliminada Berrocal. Allí también iba a jugar con las nietas de Marlene y mi tío Manuel. A veces cuando Jorge llegaba, entrabamos atrevidamente a su pequeño cuarto, allí tenía muebles viejos por arreglar siempre, un viajo catre donde aún duerme, una mesa donde guarda sus tesoros y una nevera más vieja que mi abuela. El olor del lugar era único, una mezcla de tiner y pintura fresca, siempre.
Años más tarde, pierdo de vista a Jorge, lo veo andar de vez en cuando o sentado en la esquina del antiguo bar central. Ya no como antes, escucho su viejo toca disco que sacaba los domingos para poner los LP de Los Corraleros de Majagual, La Sonora Matancera y Alfredo Gutiérrez.
*****
Hace unas semanas me lo encontré debajo del árbol de trinitarias, que rebosado sale del portón de la casa de mi tío Arnulfo. En esa sombra, me siento a saludarlo como siempre. Nunca tengo por quien preguntarle, pero Jorge siempre tiene historias para mí. Empaquetadas en su memoria, como si las viviera hace al menos horas antes de relatármelas.
Me siento a preguntarle quien era él; antes de toda mi percepción y me inicia una historia que inicia hace años cuando su mamá, dio a luz a un niño sin una de sus manos, a quien todos apodaron cariñosamente “El mochito”. Cuenta cómo fue su paso por los Estados Unidos, y como se devolvió porque no le gusto lo que vio fuera de Malambo. Trajo consigo una maleta de la Phillips. Un moderno toca disco que aún sobrevive, después de los años y la nostalgia de los arcaicos discos negros.
Toda la vida ha sido ebanista, y sus manos son muestra de ello. Y digo sus manos, porque aunque este en ausencia de su izquierda, Jorge hace con ella lo que no hace alguien con sus dedos completos.
*****
A los días siguientes paso por su casa, y como esperándome, encuentro la tapa de la maleta que sirve de amplificador del toca disco. Suena “La Opera del Mondongo” me detengo a escuchar, me parto de la risa en su puerta y me invita a pasar a su casa. El mismo aroma a tiner y pintura fresca, el mismo catre, las mismas paredes, el mismo ángel.

Mientras escribo su historia, vuelven a mí los olores de mi infancia y la intranquilidad de que me lleve en su muñeca, sensaciones que van arraigadas a este personaje sacado de mi macondo personal. Como muchos otros: hermoso, diáfano, único; Jorge “El Mocho” 

Título de la película: ¿Dónde está el alcalde?

María Teresa Gutiérrez Coll
Suenan las campanas, ya es el segundo toque para iniciar la misa, me apresuro y salgo por la carrera 12 hacia la iglesia. En la esquina del señor Arnulfo Camargo inicia la inconclusa obra de “Paseo peatonal” que se inauguró hace no muy poco. El antiguo templo de la rumba se encuentra encendido, hoy con el nombre de “La Habana” un lugar que existe desde que tengo conciencia de las cosas, un lugar que ha sido perturbador desde siempre para la vida de las personas que viven alrededor; y hablo enfáticamente del señor Arnulfo y su esposa la niña Elvia quienes envejecieron con las altas dosis de sonido que provenían de este sitio.
Llego a la misa y a lo lejos escucho el eco de las canciones antillanas que colocan en el sitio de rumba. Me concentro en la misa, pero la música sigue, obstruyendo como nunca la santa eucaristía. Al salir como siempre pasa, me encuentro con amigos que solo frecuento luego de la misa. Y regreso a mi casa, por el mismo “Paseo Peatonal” por donde pase corriendo. Esta vez, me percato de lo que pasa, al inicio no lo hice, por mi prisa de encontrar puesto en la iglesia; pero ahora me detiene la señora que vende postres de gelatina, y me dice: “la otra semana, voy a traer mi mesa con gelatina y me voy a plantar en la mitad de la calle. A ver quien me va a quitar.” Pensé entonces, se chiflo esta.
Pero en el fondo la doña tenía razón; miró hacia adelante y el incesante pick-up suena, los pseudo cubanos, ensombrerados y tomando cerveza barata, departen de lo lindo. Mientras sus motocicletas están estacionadas en la calle, dejando menos de metro y medio para el paso peatonal de la gente que viene de la misa.
¿Cómo va ser posible esto? Me pregunté aterrada. En la esquina de la seño Carmencita Martínez estaban como en filas indias parqueadas, esperando pasajeros las moto-taxis blancas. Había más ahí que afuera de la iglesia.  Todo un caos de motos en lo que se supone es la vía peatonal que conduce desde la iglesia hasta el cementerio.
La obra quedo inconclusa, puesto que va desde la calle 8 hasta la calle 10, cuando debería llegar hasta la calle 13. ¡Oye! Son solo dos míseras calles que hicieron de sendero peatonal. Para ser arrebatadas de esta forma.
¿Dónde está el alcalde y las autoridades de este municipio? Esa es la pregunta que siempre me hago, cuando veo este tipo de cosas que causan repudio. Un ejemplo claro de ello, es la calle 10. La emblemática calle 10, que ha sido destrozada por el comercio. Eso no es desarrollo, señores. Y ¿Qué tal el comercio que se desarrolla allí? Una ráfaga de antros de mala muerte, donde hiede a cebada,  perico y orines. Donde se ve la denigración más grande del ser humano.
Las putas, los dealers, los malandros que bastante saturado tienen al pueblo, se toman hoy esta calle, que por su pobre arquitectura fue, como dije, de las más emblemáticas del pueblo y dueña de  casas bellísimas con estilos republicanos. Hoy no son más que fachadas vulgares y sin estética que guardan la peor forma de lucro.
Aún sobreviven familias enteras en esta calle, pero nadie dice nada, porque simplemente este pueblo no es de nadie, y las autoridades no existen. Pero hoy con profundo respeto le digo a todos, y eso incluye a quienes gobiernan aquí: Porque me duele Malambo, lo digo: “No sirven pa’ ni mierda” desde el alcalde hasta el policía de bolillito.
No se puede caminar ya, hace unos meses fui víctima de la inseguridad, cuando me atracaron en la puerta de la secretaria de educación. Llegando al final del famoso ya “Paseo peatonal”. Debo admitir que era temprano, pero la calle estaba oscura porque a las pocas semanas de inaugurar el famoso “Sendero” se robaron de raíz las lámparas de faroles que adornaban la calle. Entonces me preguntó: ¿Qué carajo hacía una moto andando por el sendero que es precisamente “PEATONAL”?
Entonces ahora me vuelvo a cuestionar: ¿Qué hacen más de 20 motos parqueadas, afuera de “La Habana” obstaculizando el paso de los peatones? Y ¿qué va pasar con el mismo número de propietarios de esas motos, al salir ebrios del sitio? Le recuerdo a los Malamberos que aquí nadie es apellido Salamanca.
Mientras escribo mi anterior indignación, creo una especie de conversatorio en torno al tema en mi cuenta de Facebook y un amigo ha expuesto la siguiente apreciación: “En este mundo nadie se preocupa por nadie... Y nunca las autoridades competentes se preocuparan por la calle 10... Lo que importa es tener billete y nada más.... Es notorio q negocio allí es el alcohol y drogas... Entre más negocio haya en la 10 más impuesto a la alcaldía... Así q querida amiga no esperes nada de administración municipal.”  Me reservo su nombre, excepto su profesión: es POLICIA. De ataque que nuestras instituciones de orden y seguridad opinen así. Para morirme escribiendo.
Con esto cierro consciente que no voy a lograr nada escribiendo al respecto. Las autoridades y la administración, como lo dije son una manada de ineptos. A mí que me entierren en Malambo, pueblo hediondo como solo él. Al salir de la iglesia, por el “Paseo Peatonal” que me detengan en “La Habana” y suene en mi nombre –El rey de la puntualidad de Hector Lavoe y rujan encendidas la pila de motos en la mitad, que llegue el cajón al cementerio hediondo a humo, cebada y chuzo e’ gato.